01.
La Fotografía
Un suspiro salió de mis labios.
Cada abrir y cerrar de ojos parecía una eternidad, ese tipo de eternidad que deja un sabor amargo en la boca. Todo desde hacía quince años, quince años que había gastado en buscarla, quince años de resultados infructíferos y callejones sin salidas.
- Alexander, es hora de irnos.
Levanté la mirada para encontrar aquel rostro marchito que me era tan familiar.
- Adelántate Eleazar, no tardaré demasiado.
El añejo rostro de mi mentor se suavizó en una expresión de empatía, esa empatía que ambos teníamos el uno o por el otro. Sus ojos esmeralda me miraron con pesar y una sonrisa amigable cruzó por su rostro.
Sostuve su mirada durante un momento, antes de que sus labios resecos volvieran a moverse para decir algo, aunque realmente no presté atención.
Volví a tornar la mirada en la fotografía que tenía entre mis dedos y asentí con la cabeza.
Mi dedo recorrió el contorno de la mujer que aparecía plasmada en aquella hoja de fotografía vieja.
Podía sentir como esos ojos azules, negros en la fotografía, me miraban con esa dulzura que caracterizaba a su mirada. Como esos labios entreabiertos sonreían de la única forma que me hacía desear un beso de ellos, un beso que estaba prohibido. Y también alcanzaba a oler el aroma de rosas frescas que salía de su piel, ese olor embriagante que siempre me hacía suspirar.
Sonreí y levante la mirada hacia el ventanal.
La luna estaba hermosa aquella noche de Septiembre, tanto que por un momento me dejo sin aliento, al igual que lo hacía mí adorada Camille…
Giré mi cabeza en dirección a la puerta al escuchar como alguien tocaba.
Exhalé.
Contemple la foto por última vez, antes de colocarla en su lugar. El bolsillo izquierdo de mi camisa, donde siempre había estado, haciéndole compañía a mi corazón.
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